El pasado 15 de Julio, en la Final de la Copa Mundial de Rusia, 4 personas corriendo vestidas de policía, interrumpieron el partido al invadir el campo en pleno desarrollo del juego. Los intrusos fueron capturados y llevados a las autoridades rusas. Horas más tarde, el colectivo feminista Pussy Riot lanzó un comunicado en redes, donde se adjudicaba lo sucedido en el estadio Luzhniki en Moscú.
Días después lanzaron el single con videoclip “Track About Good Cop”, cuyos versos reclaman el papel de la policía en Rusia: un personaje opresor ajeno de culpa, ejecutor de atropellos tales como arrestos masivos en mítines o aprehensiones por “comportamientos inapropiados” en redes sociales.
La agrupación artística rusa liderada por Nadezhda Tolokónnikova, Yekaterina Samutsévich y María Aliójins siempre ha manifestado su oposición al gobierno de Putin, considerada por muchos una administración con matices dictatoriales, donde ha prevalecido la censura y la prohibición, por lo que el evento más importante del año era el escenario idóneo para mandar un mensaje de inconformidad al mundo.
En un país donde la libertad de expresión es carente, Pussy Riot recurre constantemente al escándalo y al vandalismo como motor de impacto de sus expresiones. Voces que necesitan decir: Rusia no es tan perfecto como parece.
En la expresión de sentimientos y pensares radica la importancia del arte de convertirse en una vía efectiva, a veces estética, para la comunicación de ideas. La empatía forma admiración a la obra mientras que la tolerancia ante la pluralidad la magnífica.
En medio de tanta opresión, Pussy Riot ha realizado un escándalo atractivo pero formidable, necesario para darle difusión a un pensamiento de miedo, el cual, hoy en día la Corte Europea de Derechos Humanos avala. A pesar de los 15 días de cárcel de sentencia hacia los invasores, nada le quitará el reconocimiento mundial a su causa; ahí está una primera victoria, un pequeño triunfo de la libertad de expresión.